¡Ni siquiera entre paganos!
1 Es ya de dominio público que hay entre ustedes un caso de inmoralidad sexual que ni siquiera entre los paganos se tolera, a saber, que uno de ustedes tiene por mujer a la esposa de su padre. 2 ¡Y de esto se sienten orgullosos! ¿No debieran, más bien, haber lamentado lo sucedido y expulsado de entre ustedes al que hizo tal cosa?
1 Corintios 5:1-2 (NVI)
La voz profética de la iglesia depende de su pureza. Si la iglesia falla en lidiar decisivamente con el pecado en sus propias filas, pierde todo el derecho de hablarle al mundo. Ninguna sociedad escuchará a una iglesia que no tiene nada diferente que ofrecer.
Pablo ha recibido un reporte de un hombre en la iglesia de Corinto que está teniendo un amorío con la esposa de su padre. La mujer a quien Pablo se refiere no era la madre del hombre. Él utiliza el lenguaje de Levítico 18:8, el cual prohíbe relaciones sexuales con “la esposa de su padre.” Si la mujer hubiese sido la madre de este hombre, el apóstol habría utilizado el lenguaje de Levítico 18:7, donde se prohíbe ese pecado específicamente. Por lo tanto la mujer probablemente era la madrastra de este hombre.
Su pecado era uno “¡que ni siquiera entre los paganos se tolera!” Los griegos llamaban la inmoralidad sexual porneia, que tenía un amplio rango de significados que cubre todos los actos sexuales extramaritales. Sus estándares morales eran notoriamente bajos: el adulterio y la fornicación eran considerados como un derecho de caballeros. Corinto era especialmente infame por su licencia sexual. La gente viajaba cientos de millas para ser parte de las orgías en el Templo de Afrodita, que quedaba sobre una loma dominante, el Acrocorinto. Con el tiempo, la ciudad fue incluso honrada con su propio verbo griego: korinthiazomai, “fornicar.” Sin embargo, aun estos paganos sinvergüenzas, nos dice Pablo, estarían escandalizados por un amorío de un hombre con la esposa de su padre.
Pablo reprende a la iglesia por tolerar un pecado tan terrible. En vez de estar “orgullosos” de ser tan “liberados,” ellos debían “haber lamentado” y estar afligidos con vergüenza. Al no disciplinar a un pecador notorio entre ellos, la iglesia había comprometido su testimonio. La vergüenza era enorme. Pablo mismo se vio forzado a intervenir con autoridad apostólica—y eso a través de una carta formal—para reprenderlos. Además, la reputación de la iglesia en Corinto fue dañada irreparablemente. ¿Cómo podía predicar en contra del pecado del mundo mientras ella celebraba lo mismo dentro de su propia congregación?
Jesús mismo dio indicaciones a la iglesia de cómo lidiar con el pecado en sus propias filas. En Mateo 18:15-17, Él da un acercamiento paso a paso, empezando con un consejo discreto. La restauración silenciosa era Su objetivo: la vergüenza pública y expulsión eran el último recurso.
Aquellos que son entusiastas por la disciplina eclesiástica probablemente la desconocen, ya que puede ser un proceso agonizante, tan difícil para la iglesia como para aquel que está siendo disciplinado. Pero el pastor que la evita a cualquier costo sufre un dolor mayor: la responsabilidad compartida de una iglesia diluida y contaminada.