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Somos evangélicos y no nos avergonzamos

Os Guinness es un conferencista reconocido internacionalmente y autor de numerosos libros, inlcuyendo Time for Truth (El tiempo para la verdad), The Gravedigger File (El archivo del sepultero), y Long Journey Home (El largo camino a casa). Es un inglés, nacido en China que tiene títulos de las universidades de Londres y Oxford.

“¿Le molestaría si pregunto?” El interlocutor titubeó y bajó su voz como si estuviese a punto de decir algo embarazosamente personal.

“Perdóneme por decirlo sin rodeos”. Y volvió a titubear, finalmente llegando al punto con una delicadeza de niño, “¿Pero es usted…un EE-VAAN-gélico?”

“Absolutamente,” le dije, “Yo sí soy un evangélico. Pero probablemente no en el sentido que usted quiere decir. No tengo ningún interés en el evangelicalismo cultural. Soy un evangélico en la tradición de John Stott, William Wilberforce, John Wesley, Martín Lutero, o aún más atrás, de San Francisco de Assis.”

Ese pequeño intercambio a principios de este año con uno de los periodistas más famosos ilustra, el principal obstáculo sobre cualquier intento de ganar a nuestra cultura de vuelta para Cristo. En el mundo de habla inglesa, el término evangélico se ha distorsionado tanto que cuelga como una rueda de molino alrededor de los cuellos de aquellos que lo aceptan y se levanta como una piedra de tropiezo para aquellos de afuera.

En realidad, el evangelicalismo hoy en día es un gran bloqueo para el evangelismo y la causa del evangelio mismo, y no es sorpresa, que el número de ex-evangélicos, pos-evangélicos y descontentos evangélicos esté creciendo a diario, y especialmente entre la generación más joven.

¿Deberíamos entonces nosotros abandonar el término? De ninguna manera. Las palabras que no son esenciales deben ser descartadas cuando se incrustan con significados ajenos a través del tiempo, pero palabras que son esenciales deben ser restauradas y traídas de vuelta a su poder y frescura original -y hacer esto con la palabra evangélico está cerca de la esencia del término en sí.

¿Qué significa ser evangélico? Dicho simplemente, ser evangélico significa definirnos y definir nuestras vidas por las primeras cosas de las buenas nuevas (el evangelio) de Jesucristo.

Ni qué hablar, esto necesita ser aclarado más tajantemente y, lo más importante, ser vivido más claramente.

Primero, ser evangélico no tiene nada que ver con la cultura o con identificaciones políticas. Esto no es ni el Partido Republicano ni el Partido Demócrata en oración. Todos estos distintivos menores y marcas registradas vienen y van, pero ser evangélico es una alianza con Jesucristo que trasciende todas las otras lealtades en la vida.

Segundo, ser evangélico no es ser fundamentalista. Incuestionablemente hay verdad en el comentario actual de que “un fundamentalista es un evangélico con agallas”. Pero dado que el fundamentalismo es una reacción esencialmente moderna al mundo moderno, el evangélico es tan antiguo como la primera respuesta al evangelio en sí.

Tercero, el ser evangélico es más que ser un suscriptor a una lista de doctrinas, tal como la autoridad de las Escrituras y la importancia del nuevo nacimiento. Es un compromiso radical del corazón, la mente y la voluntad, a las verdades y la forma de vida inaugurada por las buenas nuevas de Jesús. Tal compromiso conlleva firmes convicciones tales como la autoridad de la Palabra de Dios con la necesidad de un nuevo nacimiento. Pero ésta es la respuesta decisiva al anuncio de las buenas nuevas, antes que una aceptación formal de una lista corta o larga de doctrinas de lo que constituye ser evangélico.

Expresado más positivamente, ser evangélico es ser parte de una de las tres grandes tradiciones en la fe cristiana: Ortodoxia, Catolicismo y Evangelicalismo. Pero mientras cada tradición carga y sostiene un elemento que es vital a la fe-“creencia correcta y adoración correcta” para la Ortodoxia, “universalidad” para el Catolicismo—ninguno de los otros dos son tan antiguos ni tan centrales como el rasgo que define al Evangélicalismo: la pasión de estar lo más cerca y lo más fiel a las primeras cosas del evangelio como sea posible estar.

Esto significa, por un lado, que ser evangélico no es ser exclusivo o contradictorio a las otras tradiciones de la Iglesia. San Francisco, por ejemplo, fue deliberadamente “evangélico”, y ampliamente descrito así en su día, porque intentaba vivir lo más cercanamente posible a la forma de vida de Jesús, incluyendo Su pobreza.

Por otro lado, el ser evangélico también significa estar determinadamente comprometido al principio de una reforma continua. La presencia del pecado y el paso del tiempo significan que la vida espiritual declina, que el error y la herejía crecen más que la verdad; por lo tanto la necesidad de reforma y reavivamiento es constante. De allí que la respuesta para la iglesia es nunca adelantarse, ni ser seducida por la falacia de “mientras más nuevo más verdadero” o “lo moderno es lo mejor”. Como San Francisco y Martín Lutero demuestran claramente, la iglesia siempre va hacia delante al ir hacia atrás-lo que es el latido de lo que significa ser evangélico.

En un tiempo en que el término evangélico se ha hecho tan vacío y distorsionado que muchos se están alejando con disgusto, tenemos que hacer la pregunta: ¿Está algo mal con el evangelio, o está algo mal con nosotros? Nuestro problema hoy, es que el evangelicalismo se ha hecho más cultural que evangélico. Es tiempo de regresar una vez más a las primeras cosas de las Buenas Nuevas que son las mejores noticias de toda la vida-y así ser evangélicos sin avergonzarnos.