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El fundamento pastoral en nuestro momento agustiniano

Os Guinness es un conferencista renombrado y autor de numerosos libros, incluyendo Time for Truth (El tiempo de la verdad), The Gravedigger File (El archivo del sepulturero), y Long Journey Home (El largo camino a casa). Guinness es un inglés, nacido en China, que tiene títulos de las universidades de Londres y Oxford.

En 1898, cuando a Bismarck se le preguntó cuál sería el factor decisivo en el siglo veinte, él contestó con una frase célebre: “Que los norteamericanos hablan Inglés”. Un siglo después, es sorprendente que las tres preguntas decisivas para nuestro mundo tienen, tanto una dimensión espiritual como estratégica. Primero, ¿se modernizará el Islam pacíficamente? Segundo, ¿cuál fe reemplazará al marxismo como la fe que guiará a la China hacia su futuro de superpotencia? Y tercero, ¿recobrará o disolverá el occidente su relación con respecto a sus raíces?

Ninguna gran civilización resistiría, si corta las raíces que le han permitido ser lo que es, sin embargo, el occidente está a punto de hacer exactamente esto. La situación se puede plantear de esta manera: El rasgo central del mundo moderno es la globalización; el portador central de la globalización es la civilización occidental; y la única fuente más fuerte de la civilización occidental es la fe Cristiana. Sin embargo la fe Cristiana ciertamente ha perdido su influencia en las instituciones medulares del occidente de hoy en día.

Uno puede rastrear esta pérdida al dividir al mundo occidental en cuatro partes—entre los Estados Unidos y Europa, y entre los líderes y ciudadanos ordinarios. Surgen tres conclusiones de esto.

Primero, esencialmente por ahora la fe cristiana ha perdido a Europa, tanto al nivel de los líderes como de los ciudadanos ordinarios. Los cristianos son una minoría practicante en todo país europeo excepto en dos países católicos, Polonia e Irlanda, y en el presente, el declive de la Iglesia en Irlanda es precipitoso. Un hecho contundente es que ningún país de la Reforma Protestante en Europa tiene una mayoría cristiana practicante. Europa se ha movido decisivamente desde “un continente cristiano” a “un campo misionero” en pocas generaciones.

Segundo, la fe cristiana ha perdido efectivamente influencia en casi todas las instituciones de liderazgo en los Estados Unidos. Las universidades, la prensa y medios de comunicación, las asociaciones profesionales, las elites globales cosmopolitas, los mundos de entretenimiento y esparcimiento—todas estas se han apartado efectivamente de la fe. Solo en las esferas de los negocios y la política ha retenido la fe una presencia significativa, inclusive allí su presencia a menudo es controversial y su influencia aún más débil que lo que sus números deberían garantizar.

Tercero, la fe cristiana es fuerte tan solo en un cuarto del oeste: entre ciudadanos ordinarios en América. Sin duda, la fuerza numérica de la fe en ésta esfera es sorprendente. Mientras que la afiliación religiosa en la mayoría de países modernos ha declinado, los Estados Unidos es distinto por ser el país más moderno y más religioso de los países modernos. Por lo menos entre la gente ordinaria tiene altos índices de afiliación religiosa. Pero esta fuerza no es un suelo inmediato para el optimismo, porque la fuerza numérica no significa fuerza espiritual y cultural. Esto significa que hay poca probabilidad en la actualidad de que recuperen de vuelta a los líderes Americanos, y por ende recuperen de vuelta la cultura americana y el occidente de manera general.

Estos tres factores contrarrestan el entusiasmo por el crecimiento sorprendente de la fe cristiana en el “Sur global” (África sub-Sahara, Asia, y Latino América). Este crecimiento es genuino, sorprendente y alentador. Pero aquellos que lo ven como una respuesta hacia el malestar de la Iglesia en el Norte global pasan por alto una cosa: el daño principal a la fe Cristiana en el Norte (Europa y Norte América) ha sido afectado por el mundo moderno, y hasta ahora la Iglesia en el Sur global es grandemente pre-moderna. Las masivas fortalezas de la Iglesia en el Sur no son por lo tanto ninguna ayuda automática para la Iglesia en el “Norte global” (u Occidente) porque todavía no han enfrentado el desafío de la modernidad que ha dañado la Iglesia Occidental tan severamente.

Lo que esto significa para el Occidente es claro: Estamos a las puertas de una nueva posibilidad radical en la historia-un Occidente pos-Cristiano y una Iglesia Cristiana pos-occidental.

Este es nuestro momento Agustiniano, como un eje como cuando Agustín contempló el declive y la caída de Roma en el año 410 DC. Esta situación tiene diferentes implicaciones para los cristianos alrededor del mundo, especialmente para los líderes cristianos en Asia y en el Occidente. Para aquellos en el Occidente, el desafío puede ser expresado de esta manera. A menos que y hasta que Dios intervenga en Su soberana libertad con un nuevo resurgimiento poderoso y reformador en el Occidente, nuestra presente situación representa un triple desafío apasionado a la fidelidad de esperar en Él:

Primero, la Iglesia en el Occidente está a punto de perder al Occidente, la civilización que ha ayudado a crear, y que ha influenciado profundamente por más de dos mil años.

Segundo, con Europa ampliamente perdida por ahora, el futuro de la Iglesia en el Occidente, en términos humanos, está apilado sobre la integridad y efectividad de los cristianos en América.

Tercero, debido a la debilidad crónica de la fe de la mayoría de norteamericanos cristianos al nivel popular, a pesar de su fuerza numérica, hay responsabilidades especiales para los cristianos en dos llamados en particular: pastores, porque ellos se paran domingo tras domingo entre Dios y el pueblo de Dios y por lo tanto se encuentran en una posición única para despertar y apoderar al pueblo de Dios; y líderes que son seguidores de Cristo en posiciones de liderazgo secular, especialmente a nivel nacional.

Si el desafío global que enfrentan los cristianos se expresa espiritualmente en vez de estratégicamente, se podría manifestar de manera aún más simple. Una razón principal para la debilidad de la fe cristiana en el Occidente es la deficiencia del discipulado entre aquellos que son cristianos, incluyendo muchos líderes que están comprometidos con Jesucristo.

El resultado de esta deficiencia en el discípulado es simple: a pesar de nuestros números mucho más grandes que en cualquier otro grupo en Norteamérica, los cristianos hoy tienen menos influencia cultural que otros grupos mucho más pequeños con intereses especiales. El problema no es que no estemos donde debamos estar-aunque hay áreas importantes tal como las universidades y los medios donde estamos severamente con baja representación—sino que no somos lo que debemos ser donde estamos.

En suma, al principio del siglo veinte y uno, enfrentamos una situación urgente tanto para la Iglesia como para el Occidente: los imperativos centrales espirituales de nuestra fe convergen con los imperativos centrales estratégicos de los desafíos del mundo de hoy, y acentuar que la gente de fe debe vivir y actuar decisivamente para enfrentar el desafío de este momento. Ningún llamado es más sobresaliente que del pastor en este momento Agustiniano. Por consiguiente esta serie.

(Continuará)