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Seamos puentes
David Jackman es Presidente del Proclamation Trust, Londres, Inglaterra.

Lucas nos dice que cuando Pablo llegó a Atenas, “discutía en la sinagoga con los judíos y piadosos, y en la plaza cada día con los que concurrían” (Hechos 17:17 RV95). Como pastores contemporáneos, queremos mantenernos firmes en la única sucesión apostólica que tiene validez, proclamar el mismo evangelio de Cristo, crucificado y resucitado. Sabemos que todo el consejo de Dios necesita ser enseñado dentro de nuestro equivalente de la sinagoga, las iglesias locales plantadas alrededor del mundo, pero también necesita ser discutido en un foro, o el contexto especialista del Areópago, en todos los debates públicos de nuestra cultura. Sin embargo, la mayoría de nosotros reconoce que somos más hábiles, experimentados, y cómodos al hablar ante la congregación y que el foro continúa siendo pasado por alto e inclusive ignorado—pero con resultados desastrosos. Más de un observador ha señalado que nosotros los pastores estamos más cómodos con el rol de escriba que con aquel de profeta.

Lo que a menudo fracasamos en observar, a veces en nuestra búsqueda frenética por “relevancia” en la predicación, es que el “buen depósito” de la enseñanza apostólica no solo dictó el contenido de su proclamación pública, pero también su metodología. El comentario de Lucas, citado arriba, indica que no hubo ningún cambio sustancial en el método de Pablo, sea que estuviera en la sinagoga o en el mercado. Él no condujo un proyecto de investigación entre sus escuchas paganos a fin de decidir cuál de sus asuntos apremiantes o necesidades sentidas podía utilizar como un trampolín para una presentación del evangelio, porque de esa forma su agenda habría estado en el asiento delantero. Sino que el fue un perspicaz observador de su cultura (“en todo observo que sois muy religiosos” [Hechos 17:22ff.]), pero él nunca fue gobernado por esa cultura. Su presentación al Areópago estaba enteramente devota a declarar el carácter y actividad de Dios. “Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerlo, es a quien yo os anuncio”. (Hechos 17:23b). Pero esta proclamación, como siempre, “razonada, explicada, y probada” de la persona y obra de Jesús, el Cristo (ver Hechos 17:2-3, 18:4, 19:8-10), mientras Pablo dialogaba y refutaba sus presuposiciones culturales.

La marca de una iglesia debilitada es que constantemente busca convenir con la agenda de la cultura, contestar todas sus preguntas, bailar al son que le tocan. Por contraste, la marca de la autoridad apostólica confronta y desafía la cultura, plantea las preguntas de Dios y proclama Su agenda, siempre en un contexto de discusión razonada y explicación persuasiva. Como Dick Lucas frecuentemente ha observado, el asunto de ministerio apostólico no es si es que pudiese haber alguna manera en la cual nosotros los seres humanos de siglo 21 podríamos tal vez ser persuadidos de aceptar a Dios, aunque esto parece ser la preocupación predominante de tanto evangelismo contemporáneo. El verdadero asunto es si es que hay alguna manera en la cual Dios pueda ser persuadido a aceptarnos a nosotros, y esto provee completamente una agenda diferente de predicación.

Esto significa que el predicador debe tener confianza que con la Biblia en el asiento delantero, el poder de Dios estará trabajando, confrontando y exponiendo nuestra ignorancia humana, condenando y humillando nuestro pecado, al ser explicados de la culpabilidad y la ira, energizándonos y motivándonos al arrepentimiento y la fe mientras el carácter de Dios es revelado en la gracia y la misericordia del evangelio. Este contenido siempre debe ser presentado directamente a la cultura contemporánea, con sus falsas presuposiciones y rebelión arrogante, así como Pablo expuso la ignorancia espiritual de los Areopageños. Esta es un área donde a menudo necesitamos ayuda, y donde el Kairos Journal ofrece recursos de respaldo tan valiosos. También, necesitamos trabajar en entender y explicar el texto bíblico en un lenguaje y formas de pensamiento accesibles y contemporáneos, para que el poder divino inherente en la Palabra viva y perdurable de Dios este libre de obstáculos y en el blanco, siempre que busquemos proclamar su análisis penetrante e imperativo que da vida.

Yo creo que este es el tipo de consideración que Pablo tenía en mente cuando informó a la iglesia en Corinto, “No me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio; no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo” (1 Co. 1:17) Es una alternativa notable, ¿verdad? Es como si el apóstol estuviese diciendo que se puede escoger entre la “sabiduría elocuente” o el poder de la Cruz, pero que uno no puede tener confianza en las dos. El término anterior es un resumen de las habilidades de los retóricos contemporáneos, los actores estrellas de los días de Pablo, equivalentes a las personalidades de los multimedia y métodos de nuestra propia cultura. Los Corintios parecen haberse tornado cada vez más descontentos con su apóstol debido a su falta de brillo y de tendencias de última moda en sus presentaciones. Después de todo, ¿Qué más impresionaría a un Corinto sofisticado muy conocedor de los medios?

La respuesta de Pablo es el poder de la Cruz de Cristo. Esta es la única razón por la cual existe una iglesia en Corinto del todo. “Agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación [Cristo crucificado]” (1 Co. 1:21). Nada más puede salvar al hombre o la mujer, en el tiempo y por la eternidad. Esta es la razón por la cual la palabra de la Cruz es el poder de Dios (v. 18). Y esta es la razón por la cual Pablo no sacrificará ni un pedacito de su poder por las populares metodologías culturales, con todo lo seductoras y exteriormente apelantes que puedan parecer. Él sabe que el poder yace en otro lugar, y no será desviado. “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado” (1 Co. 2:2).